martes, 4 de agosto de 2015

Memoria Emotiva



Desde el día en que Daniel robó “Las aventuras de Tom Sawyer”, se le despertó el instinto. Al menos eso dijo la primera vez que vino al taller. Supuse que se refería al instinto por robar, pero aclaró en seguida que se refería al instinto por escribir. Después logró conseguir por la misma vía “Las aventuras de Sherlock Holmes” y advirtió que le excitaba tanto esas historias como el momento en que se las afanaba mientras disuadía al librero preguntando por títulos que nada tenían que ver con un pibe de doce años.

Era un muchacho dedicado, voluntarioso y predispuesto, pero con poco talento. Carecía de chispa creativa, de ese vuelo necesario de la imaginación para tallar desde ahí un estilo narrativo.Traía hojas enteras de borradores, manuscritos inconclusos e incoherentes que intentaban contar historias donde los protagonistas eran siempre delincuentes, estafadores, malandras de toda calaña. Sus ejercicios parecían trabajos vomitados. Respondían más a un impulso por plasmar oraciones en el papel en forma indiscriminada, que al resultado de un proceso de asimilación de recursos narrativos al servicio de un argumento.

Un día uno de sus compañeros compartió un cuento muy logrado sobre un asesino en serie, un cuento que hoy definiríamos como género negro. Después de mis felicitaciones Daniel lo acusó de que seguramente había plagiado el relato y que era un tramposo. Se envalentonó con los insultos e intentó pegarle. Siempre me había llamado la atención lo grandote y macizo que era para su edad, pero cuando tuvimos que agarrarlo entre tres para frenarlo sentí que tenía un monstruo adentro difícil de amansar y que podía explotar en cualquier momento si no le agradaba alguna de mis correcciones, o si se sentía inferior a alguno de sus compañeros, como en ese momento. Tomaba todos los ejercicios propuestos como una nueva competencia donde debía superar al resto en la supuesta escala de mis preferencias.
Hoy recuerdo, después de reconocer su aspecto, que en uno de los últimos encuentros de aquel año trabajamos particularmente sobre una de sus producciones que (como la mayoría de sus trabajos) carecía de argumentos. Desarrollé la idea de la memoria emotiva y marqué (como hago habitualmente) la importancia de hurgar en las propias experiencias para construir nuevas historias. Mirar nuestra realidad cotidiana y tomarla como una usina de la cual podemos encontrar experiencias dignas de ser contadas, es también un aprendizaje.   

Me extrañó mucho que después del primer año de taller no haya regresado al año siguiente porque como ya les conté, aunque no tenía los ingredientes necesario para forjar un estilo propio y trascender como escritor, era laborioso, entusiasta y nunca faltaba a las clases. Otro de mis alumnos del taller había sido compañero del colegio y comentó que en los dos meses que llevaban de clases no había asistido nunca. 

Intenté comunicarme con la familia pero el teléfono que tenía en su ficha estaba fuera de servicio. Le pedí a Rafael, su compañero, que por favor averiguara si los directivos del colegio sabían algo. A la semana siguiente me dijo que se habían ido a vivir a Barcelona por el trabajo de su padre. Nunca supe a qué se dedicaba pero el dato me dejó tranquilo, seguramente aquella mudanza repentina resultaba una mejora familiar.

Pasaron treinta y pico de años. Hoy dejé de dar talleres y me dedico a reseñar libros, a leer los portales digitales, y a jugar con mis nietos a descubrir figuras en las nubes. Per esta mañana volví a aquellos años cuando me topé, por casualidad, con Daniel Álvarez, apodado ahora Daniel Rojo, que me apuntaba sin piedad mediante la pantalla de la notebook. Entonces entendí que la voluntad y el entusiasmo son motores suficientes para lograr casi cualquier cosa y que Daniel seguiría insistiendo en ser escritor, oficio que le excitaba tanto como robarle a los libreros.

   

3 comentarios:

  1. "Mirar nuestra realidad cotidiana y tomarla como una usina de la cual podemos encontrar experiencias dignas de ser contadas, es también un aprendizaje. " muy buena construcción Marquitos, y cautivante la idea, solo que muy poca gente es capaz de poner en marcha la usina propia, porque no es capaz de ver su propia vida como una sucesión impresionante de experiencias enriquecedoras....Me encantó el cuento! Lilian:

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  2. Gracias Lilian! No deja de ser un desafio extraordinario, no? Al menos tenerlo como un horizonte, no necesariamente para escribir, si no para sentir, por ejemplo, que vivimos dentro del cuento de alguien

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  3. Gracias Lilian! No deja de ser un desafio extraordinario, no? Al menos tenerlo como un horizonte, no necesariamente para escribir, si no para sentir, por ejemplo, que vivimos dentro del cuento de alguien

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