jueves, 19 de noviembre de 2015

Como se le habla al pueblo (completo)




 Parte I

Qué alegría me dio, Esteban, recibir ese mail con la noticia de tu vuelta. Andar avisando las cosas por mail en el dos mil quince, ¿a vos te parece? Sí, ya sé, me dijiste mil veces que estas peleado con la tecnología, y que la mejor forma de adaptarte allá es cortando con lo de acá. Pero se te fue la mano, che. Con gente como vos Bill Gates se hubiera muerto de hambre. Y ahora, con lo canoso y panzón que estás no creo que vayas a cambiar el discurso. Además, siempre te gustó jugarla de solitario, ¡las veces que hemos ido a buscarte y tu vieja te cubría y nos decía que no estabas cuando de afuera se escuchaba el saxo desde tu pieza! Cuántas cosas te perdiste, querido. ¿Notaste mucho cambio en el país?.... Viste cómo cambió... Ahora te cuento lo del gordo. No lo podes creer, ¿no? A mí me costó mucho.

Tranquilo, no seas ansioso, quédate sentado que ahora te cuento cómo fueron las cosas. No sabés, no te das una idea cómo cambió todo. De aquellos tres pendejos que juraron amistad eterna con ese pacto asqueroso de saliva, solo queda el recuerdo. Y Bueno, así son las cosas, así es la vida, supongo.

Pongo el agua y te cuento. Tenemos unos cuantos días para ponernos al día. Si, es cierto, esa frase es de mina, no hay necesidad de ponerse al día. ¿A quién le importa?... Jaja tenés razón, esto no es un noticiero. Bueno, quiero decir que vamos a tener unos cuantos días para pasarla bien…

Ya te di el gusto en la primera tanda, ahora los voy a hacer amargos, como debe ser.  

¿Vos te fuiste en el dos mil cuatro, no? Ah, en el dos mil tres. Bueno, en el dos mil cuatro empezamos a trabajar juntos. Ya estaba todo bastante complicado, yo tenía ganas de irme a la mierda cuando justo le ofrecieron al gordo agarrar la dirección. Yo le dije que no se le ocurriera, que le explotaría la bomba en la mano, pero viste cómo es él. Y digo cómo es, en presente, porque es el mismo de siempre.... Sí, cambió, pero es el mismo, dejame que te cuente. Siempre intentando manejar todo, gastando una energía descomunal para convencer a quien sea de lo que fuera. Como con el pacto de saliva ¿te acordas? Vino un día con esa idea ridícula que había visto en una película. A nosotros nos daba un asco terrible y le dijimos que no era necesario hacer estupideces para reafirmar algo que tampoco era necesario. Nosotros éramos más relajados, decíamos que la amistad debía fluir, tenía que ser natural, y que si debíamos hacer rituales o cualquier tipo de condicionamiento es porque algo andaría mal. Él, en cambio, tenía la necesidad de plasmar todo en una especie de contrato para darle entidad. Al final se salió con la suya, como siempre. Terminábamos haciendo su voluntad más por fiaca a sostener el no, que por convencimiento.

¿Te acordás cuando nos llevó a esa secta de entusiastas dispuestos a cambiar el mundo con la única herramienta de la sonrisa y de divulgar boca a boca cuán felices éramos? Creían que la felicidad se contagia como una gripe… No, no quieras salvarte. Vos también fuiste, fuimos los dos. Hay que reconocerle que siempre tuvo ese espíritu inquieto. Cuando le sacabamos los muertos del placard él nos retrucaba; a vos te decía que eras tan inútil que sólo te quedaba jugarla de hippie vago y exótico por elegir el saxo, y a mí me acusaba de hacerme el intelectual y no ser capaz de mover un dedo por nadie…. Si, lo decía en joda para chicanearnos, pero lo decía.

¿En dónde estaba? Ah sí, en el dos mil cuatro. Yo le dije que ni se le ocurriera agarrar esa papa caliente y que no contara conmigo, que yo estaba a punto de renunciar. En el consultorio me estaba yendo bien y tenía otras propuestas de trabajo. Pero el tipo se las ingenió. Una noche me pasó a buscar sin avisar y fuimos a cenar. Tenía todo armado. Me engatuzó emocionalmente. Sacaba de la galera una anécdota tras otra para demostrarme que esa amistad debía estar al servicio de algo mayor y que no lo dejara en banda, que con su capacidad de gestión y mi supuesta inteligencia para hacer lecturas de situación íbamos a sacarlo adelante. Ya estábamos medio borrachos cuando empezó a nombrar la vida; que la vida nos había dado esa oportunidad, que era un regalo de la vida poder trabajar juntos, que la vida nos estaba probando para ver si tantas charlas de sobremesa servirían para algo…

Otra vez lo seguí en su locura y empezamos a trabajar juntos.

Casi un año estuvimos trabajando juntos. Nos turnábamos para poner el auto y viajábamos todos los días juntos. En los primeros meses la cosa mejoró un poco, supongo que el cambio de aire en la dirección había venido bien y el clima laboral había mejorado mucho. Pero al poco tiempo todo había vuelto a la normalidad. Los sueldos seguían siendo una miseria, no nos mandaban los recursos que necesitábamos, y organizar las guardias era apelar a la buena voluntad de cada uno. Más de una vez iba él mismo iba a cubrir los fines de semana, ¡a vos te parece inmolarse de esa forma!. ¡Hasta nos cortaron el teléfono por falta de pago! ¿Te imaginás lo que es estar solo en una guardia un fin de semana, sin teléfono, a merced de que a cualquier paciente se le ocurriera psicotizarse o simplemente que se fracturara jugando a la pelota, o que le agarrara un pico de fiebre, o que seas vos el que delirara de temperatura?  ¿Qué hacés? ¿te vas al hospital y dejas a todos los pacientes a cargo del lugar? Era todo un desastre, el lugar se caía a pedazos literalmente y todos, pacientes y profesionales, corríamos el riesgo de que se nos cayera una viga en la cabeza.

Dale, andá que de paso yo cambio la yerba… La tercer puerta a la izquierda, y no te olvides de tirar la cadena.

Parte II


Teníamos cuarenta y cinco minutos de viaje de ida, y otros cuarenta y cinco de vuelta. Todos los días, en esa hora y media, no podíamos hablar de otra cosa que no fuera del trabajo. Estaba indignado, pobre, como todos. Pero él lo llevaba en el cuerpo, no sólo lo decía sino que lo vivía, lo sentía en la boca del estómago. Lo mío, en cambio, era sólo en el discurso, decía estar indignado y realmente lo estaba, pero no permitía hundirme en esa desazón. Llegaba a mi casa y me desconectaba en seguida. No puedo entender cómo se puede ser tan inepto, me decía, tan hijo de puta, tan incapaz, tan que todo te chupe un huevo, tan perverso, y otros tanes referidos al gobernador, al ministro de salud y de ahí, uno por uno en el escalafón de la estructura hasta llegar a él. No se salvaba nadie, ni supervisores, ni directores regionales, ni el subsecretario, ni ningún intermediario entre el paciente y el presidente.

Claro que la indignación no se limitaba al campo de la salud donde veíamos la realidad a diario, porque cuando se está indignado se lo está con todo, con la educación, con la economía, con la justicia, con la inseguridad y bueno, para qué seguir….

Tranquilo gordo, te vas a morir de una úlcera, le decía medio en joda y medio en serio. Exageraba, pero no mucho, si hasta empezó a tomar ansiolíticos... Incluso a veces, sin quererlo, me convertía en un pastor sanador aconsejándole que disfrute de la familia, que deje el trabajo en la puerta de la casa y esas frases irremediablemente comunes y vulgares. Pero el gordo no se quedaba en la queja, el tipo movía cielo y tierra para conseguir lo mejor para el equipo. Se peleaba con quien fuera y ponía la cara por todos. Yo trataba de que bajara un cambio. Un día, creo que estábamos en octubre, le dije que si seguía así, tan bélico, no cortaría el pan dulce. Claro, que no cortaría el pan dulce, ¿no entendés? Que lo echarían antes de fin de año. Él se reía y me decía que no fuera pájaro de mal agüero.

¡Las veces que te nombraba cuando teníamos esas charlas apocalípticas! qué bien la hizo Esteban, me decía. Se tomó el palo cuando todo se estaba desmoronando. El tipo vive soplando el saxo y no se hace problema por nada. Está bien, no será millonario, pero a quién le importa….

No, no es que el gordo quisiera ser como vos, además, de quererlo, no podría. Quería irse, escapar un poco. Estaba demasiado compenetrado con el laburo que hasta le trajo más de un dolor de cabeza con la mujer.

No, ese no fue el momento de la conversión. Aguantá un poquito que ya llego. Te decía, el tema es que estaba tan cebado que un día discutió muy feo con uno de los supervisores. Era uno de esos tipos que te caen cada tanto con trajecito y una agenda. Te preguntan qué necesitas y vos le armas por enésima vez la lista de todas las miserias y te dicen que bueno, que se van a ocupar, y se van. Volvés a tener noticias del tipo después de seis meses, cuando viene otro ñato con un traje similar y te cuenta, antes de tomar nota de las carencias, que al supervisor anterior lo ascendieron. Todos discutimos con ese fulano, pero él era el director. Así que una semana después, el 23 de diciembre, le avisaron que no seguiría en el cargo, lo mandarían a otro centro pero ya no como director. Pobre gordo, no pudo cortar el pan dulce…

Al año siguiente empezó a evaluar más seriamente la posibilidad de irse a vivir al sur. No, no sé en qué fecha exacta se convirtió, sólo me acuerdo de una cena. Si, de una cena en especial porque ese día me cayó la ficha, fue el momento bisagra al menos para mí, claro. A partir de ahí todas las cenas se convertirían en lo mismo. Ese día nos juntamos en casa y, como de costumbre, salió el tema de la salud pública, de la educación y del país. Te juro, Esteban, pensé que le pasaba algo, estaba poseído. No, loco no, poseído. El tipo tiraba estadísticas, ¿podés creerlo? ¡Estadísticas!, me hablaba como se le habla al pueblo, con un tono impersonal, distante, como si fuese la primera vez que me veía, ¿me entendés? me sentí un periodista entrevistando a un político, sabiendo cómo se estructura ese discurso pero sin intención de confrontarlo. Cuantificó toda la charla. Ya no hablaba de la calidad educativa, sino del porcentaje de chicos que estaban escolarizados. Ya no nos lamentábamos que en los hospitales faltaran gasas, sino que ahora me informaba la cantidad de salitas de salud que se habían inaugurado. ¿Qué tipo de análisis se puede hacer cuando repetís números que todos sabemos para qué sirven? Estaba poseído por el discurso político, ¡justo conmigo! Yo le nombraba al gobernador, al ministro, al presidente, le tiraba los nombres para ver si recordaba algo, si reaccionaba, tal vez lograba removerle malos recuerdos y lo hacía entrar en razones. Pero al tipo no se le movía ni un músculo de la cara, como si le estuviera nombrando la defensa de Estonia. Lo primero que pensé fue que le habrían ofrecido algún cargo, pero no. El gordo nunca fue de esos… además, con la experiencia que tuvimos me bastó para saber que siempre se pondría del lado del trabajador. Nunca supe cuando hizo el clic, creo que ni él, aún hoy, lo sabe.

Me costó mucho aceptar el cambio, por un tiempo pensé que había perdido un amigo, pero no por estar en veredas opuestas de la noche a la mañana, sino porque el tono de las charlas cambió para siempre. Ya no éramos dos amigos hablando de la vida; había un político que informaba a un ciudadano, y un ciudadano que tenía las mismas ganas de discutir que se puede tener en la cola del supermercado con el extraño de adelante. Era inútil, estábamos en planos diferentes.

Al tiempo se fue a vivir al sur y empezó a hacer la carrera que hizo. Se ve que allá andaban necesitando de un caudillo bonaerense.  De a poco fui entendiendo todo. La situación en general, quiero decir. ¿Te acordás cuando nos llevó a una reunión del partido Recrear, de López Murphy? No te rías, el gordo siempre fue así. Eso es lo que fui entendiendo, que el tipo nació para esto, es político desde siempre. Si te pones a hablar del gordo y te olvidas que te estás refiriendo a él, estarías describiendo a un político. Lo que pasa es que siempre lo vimos de cerca, siempre fue uno de nosotros, entonces es más difícil poner las cosas en su lugar, y si logramos hacerlo racionalmente, el corazón va a ofrecer resistencia.

Poco, ahora lo veo poco. A veces lo llamo cuando aparece en la tele o para los cumpleaños, o él se da una vuelta por casa cuando anda por Mercedes.

No, no creo que sea pasajero. Ésta vez es para siempre. El gordo encontró su lugar en el mundo y cuaja perfecto en ese molde. Deberías verlo, hasta su gesto cambió.

Es extraño, che…. cuando más cerca de la gente deberían estar, más se alejan.




lunes, 16 de noviembre de 2015

Como se le habla al pueblo

Qué alegría me dio, Esteban, recibir ese mail con la noticia de tu vuelta. Andar avisando las cosas por mail en el dos mil quince, ¿a vos te parece? Sí, ya sé, me dijiste mil veces que estas peleado con la tecnología, y que la mejor forma de adaptarte allá es cortando con lo de acá. Pero se te fue la mano, che. Con gente como vos Bill Gates se hubiera muerto de hambre. Y ahora, con lo canoso y panzón que estás no creo que vayas a cambiar el discurso. Además, siempre te gustó jugarla de solitario, ¡las veces que hemos ido a buscarte y tu vieja te cubría y nos decía que no estabas cuando de afuera se escuchaba el saxo desde tu pieza! Cuántas cosas te perdiste, querido. ¿Notaste mucho cambio en el país?.... Viste cómo cambió... Ahora te cuento lo del gordo. No lo podes creer, ¿no? A mí me costó mucho.

Tranquilo, no seas ansioso, quédate sentado que ahora te cuento cómo fueron las cosas. No sabés, no te das una idea cómo cambió todo. De aquellos tres pendejos que juraron amistad eterna con ese pacto asqueroso de saliva, solo queda el recuerdo. Y Bueno, así son las cosas, así es la vida, supongo.

Pongo el agua y te cuento. Tenemos unos cuantos días para ponernos al día. Si, es cierto, esa frase es de mina, no hay necesidad de ponerse al día. ¿A quién le importa?... Jaja tenés razón, esto no es un noticiero. Bueno, quiero decir que vamos a tener unos cuantos días para pasarla bien…

Ya te di el gusto en la primera tanda, ahora los voy a hacer amargos, como debe ser.  

¿Vos te fuiste en el dos mil cuatro, no? Ah, en el dos mil tres. Bueno, en el dos mil cuatro empezamos a trabajar juntos. Ya estaba todo bastante complicado, yo tenía ganas de irme a la mierda cuando justo le ofrecieron al gordo agarrar la dirección. Yo le dije que no se le ocurriera, que le explotaría la bomba en la mano, pero viste cómo es él. Y digo cómo es, en presente, porque es el mismo de siempre.... Sí, cambió, pero es el mismo, dejame que te cuente. Siempre intentando manejar todo, gastando una energía descomunal para convencer a quien sea de lo que fuera. Como con el pacto de saliva ¿te acordas? Vino un día con esa idea ridícula que había visto en una película. A nosotros nos daba un asco terrible y le dijimos que no era necesario hacer estupideces para reafirmar algo que tampoco era necesario. Nosotros éramos más relajados, decíamos que la amistad debía fluir, tenía que ser natural, y que si debíamos hacer rituales o cualquier tipo de condicionamiento es porque algo andaría mal. Él, en cambio, tenía la necesidad de plasmar todo en una especie de contrato para darle entidad. Al final se salió con la suya, como siempre. Terminábamos haciendo su voluntad más por fiaca a sostener el no, que por convencimiento.

¿Te acordás cuando nos llevó a esa secta de entusiastas dispuestos a cambiar el mundo con la única herramienta de la sonrisa y de divulgar boca a boca cuán felices éramos? Creían que la felicidad se contagia como una gripe… No, no quieras salvarte. Vos también fuiste, fuimos los dos. Hay que reconocerle que siempre tuvo ese espíritu inquieto. Cuando le sacabamos los muertos del placard él nos retrucaba; a vos te decía que eras tan inútil que sólo te quedaba jugarla de hippie vago y exótico por elegir el saxo, y a mí me acusaba de hacerme el intelectual y no ser capaz de mover un dedo por nadie…. Si, lo decía en joda para chicanearnos, pero lo decía.

¿En dónde estaba? Ah sí, en el dos mil cuatro. Yo le dije que ni se le ocurriera agarrar esa papa caliente y que no contara conmigo, que yo estaba a punto de renunciar. En el consultorio me estaba yendo bien y tenía otras propuestas de trabajo. Pero el tipo se las ingenió. Una noche me pasó a buscar sin avisar y fuimos a cenar. Tenía todo armado. Me engatuzó emocionalmente. Sacaba de la galera una anécdota tras otra para demostrarme que esa amistad debía estar al servicio de algo mayor y que no lo dejara en banda, que con su capacidad de gestión y mi supuesta inteligencia para hacer lecturas de situación íbamos a sacarlo adelante. Ya estábamos medio borrachos cuando empezó a nombrar la vida; que la vida nos había dado esa oportunidad, que era un regalo de la vida poder trabajar juntos, que la vida nos estaba probando para ver si tantas charlas de sobremesa servirían para algo…

Otra vez lo seguí en su locura y empezamos a trabajar juntos.

Casi un año estuvimos trabajando juntos. Nos turnábamos para poner el auto y viajábamos todos los días juntos. En los primeros meses la cosa mejoró un poco, supongo que el cambio de aire en la dirección había venido bien y el clima laboral había mejorado mucho. Pero al poco tiempo todo había vuelto a la normalidad. Los sueldos seguían siendo una miseria, no nos mandaban los recursos que necesitábamos, y organizar las guardias era apelar a la buena voluntad de cada uno. Más de una vez iba él mismo iba a cubrir los fines de semana, ¡a vos te parece inmolarse de esa forma!. ¡Hasta nos cortaron el teléfono por falta de pago! ¿Te imaginás lo que es estar solo en una guardia un fin de semana, sin teléfono, a merced de que a cualquier paciente se le ocurriera psicotizarse o simplemente que se fracturara jugando a la pelota, o que le agarrara un pico de fiebre, o que seas vos el que delirara de temperatura?  ¿Qué hacés? ¿te vas al hospital y dejas a todos los pacientes a cargo del lugar? Era todo un desastre, el lugar se caía a pedazos literalmente y todos, pacientes y profesionales, corríamos el riesgo de que se nos cayera una viga en la cabeza.


Dale, andá que de paso yo cambio la yerba… La tercer puerta a la izquierda, y no te olvides de tirar la cadena....


Si querés saber cómo termina la historia date una vuelta el jueves a la mañana que ya estará cargada la segunda parte