Qué alegría me dio, Esteban, recibir ese mail con la noticia de tu
vuelta. Andar avisando las cosas por mail en el dos mil quince, ¿a vos te
parece? Sí, ya sé, me dijiste mil veces que estas peleado con la tecnología, y
que la mejor forma de adaptarte allá es cortando con lo de acá. Pero se te fue
la mano, che. Con gente como vos Bill Gates se hubiera muerto de hambre. Y
ahora, con lo canoso y panzón que estás no creo que vayas a cambiar el
discurso. Además, siempre te gustó jugarla de solitario, ¡las veces que hemos
ido a buscarte y tu vieja te cubría y nos decía que no estabas cuando de afuera
se escuchaba el saxo desde tu pieza! Cuántas cosas te perdiste, querido.
¿Notaste mucho cambio en el país?.... Viste cómo cambió... Ahora te cuento lo
del gordo. No lo podes creer, ¿no? A mí me costó mucho.
Tranquilo, no seas ansioso, quédate sentado que ahora te cuento cómo
fueron las cosas. No sabés, no te das una idea cómo cambió todo. De aquellos
tres pendejos que juraron amistad eterna con ese pacto asqueroso de saliva,
solo queda el recuerdo. Y Bueno, así son las cosas, así es la vida, supongo.
Pongo el agua y te cuento. Tenemos unos cuantos días para ponernos al
día. Si, es cierto, esa frase es de mina, no hay necesidad de ponerse al día.
¿A quién le importa?... Jaja tenés razón, esto no es un noticiero. Bueno,
quiero decir que vamos a tener unos cuantos días para pasarla bien…
Ya te di el gusto en la primera tanda, ahora los voy a hacer amargos,
como debe ser.
¿Vos te fuiste en el dos mil cuatro, no? Ah, en el dos mil tres. Bueno,
en el dos mil cuatro empezamos a trabajar juntos. Ya estaba todo bastante
complicado, yo tenía ganas de irme a la mierda cuando justo le ofrecieron al
gordo agarrar la dirección. Yo le dije que no se le ocurriera, que le
explotaría la bomba en la mano, pero viste cómo es él. Y digo cómo es, en
presente, porque es el mismo de siempre.... Sí, cambió, pero es el mismo,
dejame que te cuente. Siempre intentando manejar todo, gastando una energía descomunal
para convencer a quien sea de lo que fuera. Como con el pacto de saliva ¿te
acordas? Vino un día con esa idea ridícula que había visto en una película. A
nosotros nos daba un asco terrible y le dijimos que no era necesario hacer
estupideces para reafirmar algo que tampoco era necesario. Nosotros éramos más
relajados, decíamos que la amistad debía fluir, tenía que ser natural, y que si
debíamos hacer rituales o cualquier tipo de condicionamiento es porque algo
andaría mal. Él, en cambio, tenía la necesidad de plasmar todo en una especie
de contrato para darle entidad. Al final se salió con la suya, como siempre.
Terminábamos haciendo su voluntad más por fiaca a sostener el no, que por
convencimiento.
¿Te acordás cuando nos llevó a esa secta de entusiastas dispuestos a
cambiar el mundo con la única herramienta de la sonrisa y de divulgar boca a
boca cuán felices éramos? Creían que la felicidad se contagia como una gripe…
No, no quieras salvarte. Vos también fuiste, fuimos los dos. Hay que
reconocerle que siempre tuvo ese espíritu inquieto. Cuando le sacabamos los
muertos del placard él nos retrucaba; a vos te decía que eras tan inútil que
sólo te quedaba jugarla de hippie vago y exótico por elegir el saxo, y a mí me
acusaba de hacerme el intelectual y no ser capaz de mover un dedo por nadie….
Si, lo decía en joda para chicanearnos, pero lo decía.
¿En dónde estaba? Ah sí, en el dos mil cuatro. Yo le dije que ni se le
ocurriera agarrar esa papa caliente y que no contara conmigo, que yo estaba a
punto de renunciar. En el consultorio me estaba yendo bien y tenía otras
propuestas de trabajo. Pero el tipo se las ingenió. Una noche me pasó a buscar
sin avisar y fuimos a cenar. Tenía todo armado. Me engatuzó emocionalmente.
Sacaba de la galera una anécdota tras otra para demostrarme que esa amistad
debía estar al servicio de algo mayor y que no lo dejara en banda, que con su
capacidad de gestión y mi supuesta inteligencia para hacer lecturas de
situación íbamos a sacarlo adelante. Ya estábamos medio borrachos cuando empezó
a nombrar la vida; que la vida nos había dado esa oportunidad, que era un
regalo de la vida poder trabajar juntos, que la vida nos estaba probando para
ver si tantas charlas de sobremesa servirían para algo…
Otra vez lo seguí en su locura y empezamos a trabajar juntos.
Casi un año estuvimos trabajando juntos. Nos turnábamos para poner el
auto y viajábamos todos los días juntos. En los primeros meses la cosa mejoró
un poco, supongo que el cambio de aire en la dirección había venido bien y el
clima laboral había mejorado mucho. Pero al poco tiempo todo había vuelto a la
normalidad. Los sueldos seguían siendo una miseria, no nos mandaban los
recursos que necesitábamos, y organizar las guardias era apelar a la buena
voluntad de cada uno. Más de una vez iba él mismo iba a cubrir los fines de
semana, ¡a vos te parece inmolarse de esa forma!. ¡Hasta nos cortaron el
teléfono por falta de pago! ¿Te imaginás lo que es estar solo en una guardia un
fin de semana, sin teléfono, a merced de que a cualquier paciente se le
ocurriera psicotizarse o simplemente que se fracturara jugando a la pelota, o
que le agarrara un pico de fiebre, o que seas vos el que delirara de
temperatura? ¿Qué hacés? ¿te vas al hospital y dejas a todos los
pacientes a cargo del lugar? Era todo un desastre, el lugar se caía a pedazos
literalmente y todos, pacientes y profesionales, corríamos el riesgo de que se
nos cayera una viga en la cabeza.
Dale, andá que de paso yo cambio la yerba… La tercer puerta a la
izquierda, y no te olvides de tirar la cadena....
Si querés saber cómo termina la historia date una vuelta el jueves a la mañana que ya estará cargada la segunda parte
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