viernes, 29 de enero de 2016

Aislados


  • ¿Qué hacemos? – preguntó ella para romper ese silencio autista-.
  • Nada
  • ¿Seguimos esperando?
  • ¿y qué otra cosa, si no? Yo me quedó acá. Vos, si querés, andá a descansar.
  • Ojalá pudiera. Me duele todo pero no voy a pegar un ojo hasta saber algo…
  • ¿Querés que te haga masajes?
  • Ay, me encantaría. Hace mil años que no me hacés….
  • Hace mil años que no me pedís...
  • …….
  • …….
  • Te acordás cuando estaba embarazada… te pedía masajes en los pies…
  • Sí, a la noche…. Niquito se movía un montón y nosotros decíamos que le llegaban las cosquillas…

No había llegado la calma, más bien hubo una pequeña interrupción del fuego cruzado. Él se levantó y ubicándose detrás de ella empezó a hacerle masajes en el cuello y entre los omóplatos. Buscaba nudos, contracturas, mientras la escuchaba sollozar una vez más. Cada tanto ella volvía a estirarse sobre la mesa para depositar otro pañuelo descartable en el cenicero desbordado de colillas y pañuelos húmedos. Sus ojos hinchados denotaban cansancio y angustia.

Luis no sufría menos, sólo que impostaba fortaleza y se mostraba seguro. Su oficio lo había curtido en el arte de tomar distancia de los hechos.  

  • Tengo miedo, Luis. ¿por qué no llaman?
  • Tranquila, gorda. Todo va a estar bien. Estoy seguro que sólo quieren plata. Ya van a llamar.
  • ¿Y si lo mataron?... Yo te dije, Luis. Te lo dije.
  • No empieces otra vez, por favor.

Desde aquel martes fatídico, después de que estuvieran en la comisaría, eran dos entes moviéndose por la casa. El contacto generalmente lo hacen al tercer día y por la noche, les había dicho el comisario. Las setenta y dos primeras horas son las más importantes para estos tipos, en ese lapso la familia agota todas las posibilidades hasta que se resignan, bajan la guardia, pierden las esperanzas y no ofrecen ninguna resistencia, no les queda ni un gramo de energía para la negociación, les explicaba con tacto. Tienen que estar tranquilos, seguramente lo harán de noche porque está estudiado que es el momento donde prima el aspecto emocional por sobre el racional. Ah, llamarán al fijo porque con los celulares es más simple rastrear la comunicación.

No empieces otra vez, le dijo Luis. Hacía dos horas, nada más, que habían tenido la última repetida discusión. Ella le preguntó si quería otro café. No, gracias. No quería. Todo lo que quería era que sonara el puto teléfono, arreglar, y acabar con todo de una vez. Florencia se fue refunfuñando a la cocina a prepararse el suyo y desde allá, volvió a increparlo. ¿Por qué no la había escuchado cuando le dijo un millón de veces que se dejara de joder con esa gente, que se alejara de esa investigación de mierda que no lo conduciría a nada bueno? Encima, después de las amenazas no se le ocurrió mejor idea que hablar con la prensa como una manera de protegerse.  

¿Otra vez con la perorata? ¿No lo habían discutido ya mil veces? Era momento de estar más unidos que nunca, de rezar, de tener esperanzas, de darse fuerzas uno al otro. Además, no había manera de comprobar que efectivamente hubieran sido ellos. ¿Y si sólo buscaban plata? Además, si vamos al caso, él también tenía sus quejas, y aunque no quería volver sobre lo mismo no pudo evitar vomitarle esa bronca. ¡Cuántas veces le había dicho que no se dejara usar por esos tipos, que no firmara ese contrato, que ya tenía un nombre importante en el ambiente como para hipotecarlo de ese modo! Pero ella se obnubiló por un poco más de plata ¡no la necesitaban! y decidió hacer su militancia desde el escenario, incluso a costa de perder parte de su público. Eso podía pasar, él se lo había advertido. En el terreno de la política todo vale. Diez días antes el canal opositor le había dedicado un programa entero a difundir las cifras millonarias que recibía del gobierno cada vez que cantaba esas canciones repletas de revolución. ¡Todo el mundo sabía el capital que tenían, estaban expuestos!  

Ahora, Luis le hacía masajes y ella, con un portarretratos en la mano donde Nicolás posaba alegre en su primer de día de clases, le suplicaba a su hijo, entre llantos, que la perdonara, que si él volvía todo sería distinto. Ella se ocuparía porque… cómo puede ser… con los años que había soñado con tener un hijo y ahora debía esforzarse para rescatar del olvido un puñado de recuerdos compartidos.

  • Vos tampoco te ocupaste, Luis. ¿Qué nos pasó? ¿dónde estuvimos estos ocho años?

El timbre del teléfono interrumpió la escena. Se miraron entre sí y después al aparato.  En todo ese tiempo no habían resuelto quién atendería el llamado. Luis avanzó hacia el teléfono con la prudencia y el temor de quien debe desactivar una bomba.

  • Cuidado, Luis, cuidado.
  • Tranquila, el comisario nos dijo que estarían escuchando
 
Luis levantó el tubo mientras miraba a su esposa...