lunes, 28 de diciembre de 2015

Agua mansa



Sí, se me escapó. Ni siquiera sé si lo pienso realmente, pero algo a lo largo de la noche me llevó a hacer el comentario. Carola me mira extrañada. Mi viejo, como siempre, se hace el desentendido. Mi vieja se escapa a la cocina a buscar las copas y advierte que faltan cinco para las doce para cortar la tensión. Mi abuela se levanta y va tras ella. En la mesa (que en realidad es un tablón enorme donde entramos todos) también están mis tíos maternos, algunos de mis primos, mi abuelo, mis cuñadas, Mariano (que es el mayor y también estaba ese día) y Cristian, que es el más chico y el dueño de casa. Mis sobrinos son los únicos que no escucharon porque están correteando en el parque y, en todo caso, si estuvieran en la mesa, son muy chicos para entender. 

Cristian calla por discreción, supongo. Sabe que dije una barbaridad pero decide, con buen criterio, no responder. De hacerlo debería pararse y partirme una botella en la cabeza. Espero que esta vez seas más cuidadoso, fue lo que dije. Carola me mira como si lo hiciera por primera vez, intentando adivinar quién soy. Tiene motivos. Desde el doce de enero del dos mil trece ha llorado mucho, mucho más que yo, sobretodo los primeros meses, y yo intentaba consolarla con frases que siempre nombraban al destino y a Dios. Después dejó de llorar (al menos delante de mí) y dejé de hablar, ya no era necesario.
 
Habíamos llegado cerca de las nueve. Cristian nos atendió por el portero eléctrico y nos dijo que pasemos por el fondo. El pasto, más verde que nunca, emanaba el aroma de recién cortado y parecía una alfombra. Había armado un camino con velas rojas y blancas desde la entrada hasta la pileta, bordeando el solárium como si lo estuviera abrazando, dándole un aurea especial al sector. Alrededor del solárium había armado cuatro pequeños livings compuesto por dos reposeras y una mesita de madera  sobre la cual descansaban dos copas y una frapera con una botella dentro. El camino de velas tenía una ramificación hacia el quincho devenido en salón de eventos, donde ya estaba el tablón vestido con un enorme mantel rojo con lunares blancos que, visto de cerca, resultaban ser diminutos adornos navideños.

No éramos los primeros invitados, en uno de esos livings ya estaban Mariano, Cecilia y mi tío Tato sentado sobre el borde del agua. Sobre el techo del quincho había puesto un reflector que iluminaba la pileta convirtiéndola en el centro de atención. El agua mansa y transparente era un espejo perfecto y duplicaba las velas flotantes que se deslizaban tímidamente. No es que sea detallista, simplemente describo una ambientación tan pomposa que a nadie le habría pasado inadvertida.

Viste que lindo quedó, dijo Cristian contemplando su obra (aunque la artífice había sido Lucila, su mujer). Debe haber notado que mis ojos estaban clavados en toda esa decoración innecesaria. El reflector lo puse esta tarde y a la pile la terminamos de pintar la semana pasada. Espero que hayan traído traje de baño porque si la noche sigue así de linda quien te dice no terminemos brindando en el agua, dijo sonriente. Hace rato que no venían, ¿no? Y si, hacía rato. Desde ese día habremos vuelto cuatro o cinco veces y siempre en invierno, adentro de la casa y lejos del quincho y la pileta. No es que él no nos haya invitado, al contrario. Pero siempre poníamos una excusa.

Pasen, ubíquense donde quieran, nos dijo y agarró los vinos que habíamos traído. Saludamos a Mariano, a mi cuñada y a mi tío y me vine al quincho a servirme una copa. Carola se quedó con ellos un ratito y después fue a saludar a Lucila y a mi tía que estaban adentro preparando la entrada. Maite y Sofía se acercaron a saludarme:
  • Hola tío -me dijo Maite-, mirá lo que me regaló Papa Noel.
  • ¡Que hermoso triciclo! -le respondí con ganas-.
  • Y a mí me regalo esta bici con rueditas, dijo Sofía.
  • ¡Que bueno! creo que por mi casa también pasó y les dejó algo, vayan a preguntarle a la tía Carola.  
¿Viste que linda la decoración? Insistió Cristian que ya había dejado las botellas en la cocina y ahora se disponía a cambiar la música. Lucila se encargó de todo y hasta logró que Maite y Sofía la ayudaran con las velas. Sí, hermoso, dije por decir. ¿Te traigo hielo? ¿querés que te lleve el abrigo adentro?, ¿por qué no te sentás en esa que tiene respaldo y es mucho más cómoda? No, tranquilo, estoy bien. Ahí estaba Cristian, todo el tiempo mostrando a su familia perfecta y mandándose la parte de gran anfitrión.  

Desde las nueve y diez que llegamos hasta ahora, las doce menos cinco, Cristian no permitió que vaciara la copa. No hizo lo mismo con el resto. Su exagerada atención para hacerme sentir como en casa provocaba exactamente lo contrario. Pasé la cena mirando cómo la brisa deslizaba los pequeños botecitos de velas. Estaba aburrido y cansado de tantos elogios; que todo está riquísimo, que una maravilla cómo te quedó el parque, que las nenas están hermosas, que Lucila se pasó con la ambientación, que el vino es de primera. Qué grande que está Maite, dijo mi abuela. Si, ya tiene cuatro, contestó Lucila. En ese momento se me vino la imagen de mi cuñada y Carola embarazadas, comparando el tamaño de sus panzas, hace algo más de cuatro años, en el cumpleaños de sesenta de mi viejo. Viste abuela, le estoy enseñando a nadar, fue lo último que dijo Cristian.  

Ahora veo a mi vieja venir con las copas y se oyen los primeros estruendos. ¡Feliz año nuevo! grita Sofía que viene corriendo con la buena nueva. ¡Feliz año para todos! Dice mi viejo levantando la copa y el resto se hace eco. Después nos saludamos de a uno. Carola, que esta en la otra punta de la mesa, viene a saludarme en primer lugar. Feliz año nuevo, me dice, y me abraza como hacía rato no lo hacía. 



  

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Ahora prefiero callar




 El tipo se llama Fausto, no sé cuánto va a durar. No tengo nada contra él. Tampoco tenía nada contra Rodolfo ni contra Facundo. Viene a la tardecita y se queda hasta después de cenar. Lo único que me molesta es que se esfuerce por ser natural y a veces se pasa de confianzudo.

El otro día llegó y mi vieja se estaba bañando. Le abrí la puerta y volví al sillón porque estaba jugando el City. Se sentó a mi lado sin decir nada. Ni siquiera preguntó por ella. Cómo van, preguntó para sacar tema. Cero a cero, le dije señalándole el resultado en la tele. Me preguntó si quería mates y sin esperar mi respuesta me dijo que iría a poner el agua. Después avisó que abriría la heladera para sacar no sé que cosa. Siempre dice que está a gusto en mi casa, que se siente como en la suya, pero tiene la necesidad de anunciar todo lo que hace. Por mí, que haga lo que quiera.

Repito. No tengo nada contra Fausto. Al flaco le gusta el fútbol tanto o más que a mí y hasta hemos ido a la cancha un par de veces.  Si tiene que gastarme o refregarme que nos tienen de hijos, lo hace sin pensarlo dos veces. Eso sí que es natural y no me cae mal, al contrario. Mi vieja fue quien le dijo el primer día y delante mío que yo era un apasionado del fútbol y que era capaz de ver un partido de la liga ucraniana (siempre repite el mismo chiste ante los desconocidos y siempre dice la palabra apasionado que no me gusta para nada, porque es un adjetivo de mina). Siempre busca que sus novios coincidan, en algo, conmigo.

A los pocos meses del accidente de mi viejo trajo a casa a Rodolfo. El tipo usaba anteojos y se peinaba con gomina. Tenía la manía de tocarse los anteojos en el entrecejo como si todo el tiempo estuvieran por caerse. Ese tic ridículo aumentaba cuando estaba por decir algo que para él era importante. Sacaba y metía la lengua como un sapito, como si necesitara mojarse los labios para hablar. Me preguntaba por mi viejo; si lo extrañaba, cómo era o qué cosas hacía con él. Me decía que tenía que querer a mi mamá, que ella me amaba y que haría cualquier cosa por mí. Yo ya tenía mi psicólogo, mi vieja me mandaba para sentirse bien.

Supongo que ella también se dio cuenta de que era bastante pelotudo, o a él no le cerró su  forma de ser, que se pusiera polleras cortas o que usara tacos altos. El tema es que dejó de venir.

Cada vez que mi vieja corta con algún macho viene a mi cuarto a hacerse la amiga, siempre preguntando por la escuela y por quién me gusta. No tiene otro tema. Después se cansa y se va. O me voy yo. Es lo mismo.

Después de Rodolfo metió en mi casa a un pibe más joven que ella, Facundo. Con él no tenía trato y eso a mi vieja le jodía. A mí no. Mejor, incluso. Me traía regalos para acercarse pero le costaba hablar de algo. Qué mejor que recibir cosas y que nadie te rompa las pelotas. Cinco o seis meses y listo, no vino más.

Ahora quiere enchufarme a Rodolfo, que piensa que puede ser mi padrastro por el sólo hecho de que podamos ver un partido sin que mi vieja interceda, o porque se esfuerza en andar por mi casa como si fuera el dueño.

Yo lo miraba desde el sillón. El tipo buscaba la yerba y no la encontraba. No quería preguntarme para no reconocer que es visitante. Yo tampoco lo orientaba. Metiendo mano en la alacena tiró y rompió mi taza, la del rojo, la que mi viejo me había regalado en un día del niño. En eso llegó mi vieja con la toalla en la cabeza y lo saludó como si nada, dándole un beso de una forma asquerosa. Le dijo que no se preocupara, que no tenía importancia, Me miró y me preguntó por qué no lo había atendido. Después lo miró a él y le dijo bajito que me perdonara, que yo era un pendejo irrespetuoso. yo seguía callado, ¿para qué hablar? No se conformó con lo de pendejo irrespetuoso y le dijo que yo era tan infantil que creía que las cosas se solucionaban callando. Ahora pedía que hablara y antes me rogaba silencio, me decía que era mejor que papi no se enterara, que me olvidara de lo había visto porque si se separaban perdíamos todos.

Yo, ahora, prefiero callar.  




jueves, 19 de noviembre de 2015

Como se le habla al pueblo (completo)




 Parte I

Qué alegría me dio, Esteban, recibir ese mail con la noticia de tu vuelta. Andar avisando las cosas por mail en el dos mil quince, ¿a vos te parece? Sí, ya sé, me dijiste mil veces que estas peleado con la tecnología, y que la mejor forma de adaptarte allá es cortando con lo de acá. Pero se te fue la mano, che. Con gente como vos Bill Gates se hubiera muerto de hambre. Y ahora, con lo canoso y panzón que estás no creo que vayas a cambiar el discurso. Además, siempre te gustó jugarla de solitario, ¡las veces que hemos ido a buscarte y tu vieja te cubría y nos decía que no estabas cuando de afuera se escuchaba el saxo desde tu pieza! Cuántas cosas te perdiste, querido. ¿Notaste mucho cambio en el país?.... Viste cómo cambió... Ahora te cuento lo del gordo. No lo podes creer, ¿no? A mí me costó mucho.

Tranquilo, no seas ansioso, quédate sentado que ahora te cuento cómo fueron las cosas. No sabés, no te das una idea cómo cambió todo. De aquellos tres pendejos que juraron amistad eterna con ese pacto asqueroso de saliva, solo queda el recuerdo. Y Bueno, así son las cosas, así es la vida, supongo.

Pongo el agua y te cuento. Tenemos unos cuantos días para ponernos al día. Si, es cierto, esa frase es de mina, no hay necesidad de ponerse al día. ¿A quién le importa?... Jaja tenés razón, esto no es un noticiero. Bueno, quiero decir que vamos a tener unos cuantos días para pasarla bien…

Ya te di el gusto en la primera tanda, ahora los voy a hacer amargos, como debe ser.  

¿Vos te fuiste en el dos mil cuatro, no? Ah, en el dos mil tres. Bueno, en el dos mil cuatro empezamos a trabajar juntos. Ya estaba todo bastante complicado, yo tenía ganas de irme a la mierda cuando justo le ofrecieron al gordo agarrar la dirección. Yo le dije que no se le ocurriera, que le explotaría la bomba en la mano, pero viste cómo es él. Y digo cómo es, en presente, porque es el mismo de siempre.... Sí, cambió, pero es el mismo, dejame que te cuente. Siempre intentando manejar todo, gastando una energía descomunal para convencer a quien sea de lo que fuera. Como con el pacto de saliva ¿te acordas? Vino un día con esa idea ridícula que había visto en una película. A nosotros nos daba un asco terrible y le dijimos que no era necesario hacer estupideces para reafirmar algo que tampoco era necesario. Nosotros éramos más relajados, decíamos que la amistad debía fluir, tenía que ser natural, y que si debíamos hacer rituales o cualquier tipo de condicionamiento es porque algo andaría mal. Él, en cambio, tenía la necesidad de plasmar todo en una especie de contrato para darle entidad. Al final se salió con la suya, como siempre. Terminábamos haciendo su voluntad más por fiaca a sostener el no, que por convencimiento.

¿Te acordás cuando nos llevó a esa secta de entusiastas dispuestos a cambiar el mundo con la única herramienta de la sonrisa y de divulgar boca a boca cuán felices éramos? Creían que la felicidad se contagia como una gripe… No, no quieras salvarte. Vos también fuiste, fuimos los dos. Hay que reconocerle que siempre tuvo ese espíritu inquieto. Cuando le sacabamos los muertos del placard él nos retrucaba; a vos te decía que eras tan inútil que sólo te quedaba jugarla de hippie vago y exótico por elegir el saxo, y a mí me acusaba de hacerme el intelectual y no ser capaz de mover un dedo por nadie…. Si, lo decía en joda para chicanearnos, pero lo decía.

¿En dónde estaba? Ah sí, en el dos mil cuatro. Yo le dije que ni se le ocurriera agarrar esa papa caliente y que no contara conmigo, que yo estaba a punto de renunciar. En el consultorio me estaba yendo bien y tenía otras propuestas de trabajo. Pero el tipo se las ingenió. Una noche me pasó a buscar sin avisar y fuimos a cenar. Tenía todo armado. Me engatuzó emocionalmente. Sacaba de la galera una anécdota tras otra para demostrarme que esa amistad debía estar al servicio de algo mayor y que no lo dejara en banda, que con su capacidad de gestión y mi supuesta inteligencia para hacer lecturas de situación íbamos a sacarlo adelante. Ya estábamos medio borrachos cuando empezó a nombrar la vida; que la vida nos había dado esa oportunidad, que era un regalo de la vida poder trabajar juntos, que la vida nos estaba probando para ver si tantas charlas de sobremesa servirían para algo…

Otra vez lo seguí en su locura y empezamos a trabajar juntos.

Casi un año estuvimos trabajando juntos. Nos turnábamos para poner el auto y viajábamos todos los días juntos. En los primeros meses la cosa mejoró un poco, supongo que el cambio de aire en la dirección había venido bien y el clima laboral había mejorado mucho. Pero al poco tiempo todo había vuelto a la normalidad. Los sueldos seguían siendo una miseria, no nos mandaban los recursos que necesitábamos, y organizar las guardias era apelar a la buena voluntad de cada uno. Más de una vez iba él mismo iba a cubrir los fines de semana, ¡a vos te parece inmolarse de esa forma!. ¡Hasta nos cortaron el teléfono por falta de pago! ¿Te imaginás lo que es estar solo en una guardia un fin de semana, sin teléfono, a merced de que a cualquier paciente se le ocurriera psicotizarse o simplemente que se fracturara jugando a la pelota, o que le agarrara un pico de fiebre, o que seas vos el que delirara de temperatura?  ¿Qué hacés? ¿te vas al hospital y dejas a todos los pacientes a cargo del lugar? Era todo un desastre, el lugar se caía a pedazos literalmente y todos, pacientes y profesionales, corríamos el riesgo de que se nos cayera una viga en la cabeza.

Dale, andá que de paso yo cambio la yerba… La tercer puerta a la izquierda, y no te olvides de tirar la cadena.

Parte II


Teníamos cuarenta y cinco minutos de viaje de ida, y otros cuarenta y cinco de vuelta. Todos los días, en esa hora y media, no podíamos hablar de otra cosa que no fuera del trabajo. Estaba indignado, pobre, como todos. Pero él lo llevaba en el cuerpo, no sólo lo decía sino que lo vivía, lo sentía en la boca del estómago. Lo mío, en cambio, era sólo en el discurso, decía estar indignado y realmente lo estaba, pero no permitía hundirme en esa desazón. Llegaba a mi casa y me desconectaba en seguida. No puedo entender cómo se puede ser tan inepto, me decía, tan hijo de puta, tan incapaz, tan que todo te chupe un huevo, tan perverso, y otros tanes referidos al gobernador, al ministro de salud y de ahí, uno por uno en el escalafón de la estructura hasta llegar a él. No se salvaba nadie, ni supervisores, ni directores regionales, ni el subsecretario, ni ningún intermediario entre el paciente y el presidente.

Claro que la indignación no se limitaba al campo de la salud donde veíamos la realidad a diario, porque cuando se está indignado se lo está con todo, con la educación, con la economía, con la justicia, con la inseguridad y bueno, para qué seguir….

Tranquilo gordo, te vas a morir de una úlcera, le decía medio en joda y medio en serio. Exageraba, pero no mucho, si hasta empezó a tomar ansiolíticos... Incluso a veces, sin quererlo, me convertía en un pastor sanador aconsejándole que disfrute de la familia, que deje el trabajo en la puerta de la casa y esas frases irremediablemente comunes y vulgares. Pero el gordo no se quedaba en la queja, el tipo movía cielo y tierra para conseguir lo mejor para el equipo. Se peleaba con quien fuera y ponía la cara por todos. Yo trataba de que bajara un cambio. Un día, creo que estábamos en octubre, le dije que si seguía así, tan bélico, no cortaría el pan dulce. Claro, que no cortaría el pan dulce, ¿no entendés? Que lo echarían antes de fin de año. Él se reía y me decía que no fuera pájaro de mal agüero.

¡Las veces que te nombraba cuando teníamos esas charlas apocalípticas! qué bien la hizo Esteban, me decía. Se tomó el palo cuando todo se estaba desmoronando. El tipo vive soplando el saxo y no se hace problema por nada. Está bien, no será millonario, pero a quién le importa….

No, no es que el gordo quisiera ser como vos, además, de quererlo, no podría. Quería irse, escapar un poco. Estaba demasiado compenetrado con el laburo que hasta le trajo más de un dolor de cabeza con la mujer.

No, ese no fue el momento de la conversión. Aguantá un poquito que ya llego. Te decía, el tema es que estaba tan cebado que un día discutió muy feo con uno de los supervisores. Era uno de esos tipos que te caen cada tanto con trajecito y una agenda. Te preguntan qué necesitas y vos le armas por enésima vez la lista de todas las miserias y te dicen que bueno, que se van a ocupar, y se van. Volvés a tener noticias del tipo después de seis meses, cuando viene otro ñato con un traje similar y te cuenta, antes de tomar nota de las carencias, que al supervisor anterior lo ascendieron. Todos discutimos con ese fulano, pero él era el director. Así que una semana después, el 23 de diciembre, le avisaron que no seguiría en el cargo, lo mandarían a otro centro pero ya no como director. Pobre gordo, no pudo cortar el pan dulce…

Al año siguiente empezó a evaluar más seriamente la posibilidad de irse a vivir al sur. No, no sé en qué fecha exacta se convirtió, sólo me acuerdo de una cena. Si, de una cena en especial porque ese día me cayó la ficha, fue el momento bisagra al menos para mí, claro. A partir de ahí todas las cenas se convertirían en lo mismo. Ese día nos juntamos en casa y, como de costumbre, salió el tema de la salud pública, de la educación y del país. Te juro, Esteban, pensé que le pasaba algo, estaba poseído. No, loco no, poseído. El tipo tiraba estadísticas, ¿podés creerlo? ¡Estadísticas!, me hablaba como se le habla al pueblo, con un tono impersonal, distante, como si fuese la primera vez que me veía, ¿me entendés? me sentí un periodista entrevistando a un político, sabiendo cómo se estructura ese discurso pero sin intención de confrontarlo. Cuantificó toda la charla. Ya no hablaba de la calidad educativa, sino del porcentaje de chicos que estaban escolarizados. Ya no nos lamentábamos que en los hospitales faltaran gasas, sino que ahora me informaba la cantidad de salitas de salud que se habían inaugurado. ¿Qué tipo de análisis se puede hacer cuando repetís números que todos sabemos para qué sirven? Estaba poseído por el discurso político, ¡justo conmigo! Yo le nombraba al gobernador, al ministro, al presidente, le tiraba los nombres para ver si recordaba algo, si reaccionaba, tal vez lograba removerle malos recuerdos y lo hacía entrar en razones. Pero al tipo no se le movía ni un músculo de la cara, como si le estuviera nombrando la defensa de Estonia. Lo primero que pensé fue que le habrían ofrecido algún cargo, pero no. El gordo nunca fue de esos… además, con la experiencia que tuvimos me bastó para saber que siempre se pondría del lado del trabajador. Nunca supe cuando hizo el clic, creo que ni él, aún hoy, lo sabe.

Me costó mucho aceptar el cambio, por un tiempo pensé que había perdido un amigo, pero no por estar en veredas opuestas de la noche a la mañana, sino porque el tono de las charlas cambió para siempre. Ya no éramos dos amigos hablando de la vida; había un político que informaba a un ciudadano, y un ciudadano que tenía las mismas ganas de discutir que se puede tener en la cola del supermercado con el extraño de adelante. Era inútil, estábamos en planos diferentes.

Al tiempo se fue a vivir al sur y empezó a hacer la carrera que hizo. Se ve que allá andaban necesitando de un caudillo bonaerense.  De a poco fui entendiendo todo. La situación en general, quiero decir. ¿Te acordás cuando nos llevó a una reunión del partido Recrear, de López Murphy? No te rías, el gordo siempre fue así. Eso es lo que fui entendiendo, que el tipo nació para esto, es político desde siempre. Si te pones a hablar del gordo y te olvidas que te estás refiriendo a él, estarías describiendo a un político. Lo que pasa es que siempre lo vimos de cerca, siempre fue uno de nosotros, entonces es más difícil poner las cosas en su lugar, y si logramos hacerlo racionalmente, el corazón va a ofrecer resistencia.

Poco, ahora lo veo poco. A veces lo llamo cuando aparece en la tele o para los cumpleaños, o él se da una vuelta por casa cuando anda por Mercedes.

No, no creo que sea pasajero. Ésta vez es para siempre. El gordo encontró su lugar en el mundo y cuaja perfecto en ese molde. Deberías verlo, hasta su gesto cambió.

Es extraño, che…. cuando más cerca de la gente deberían estar, más se alejan.




lunes, 16 de noviembre de 2015

Como se le habla al pueblo

Qué alegría me dio, Esteban, recibir ese mail con la noticia de tu vuelta. Andar avisando las cosas por mail en el dos mil quince, ¿a vos te parece? Sí, ya sé, me dijiste mil veces que estas peleado con la tecnología, y que la mejor forma de adaptarte allá es cortando con lo de acá. Pero se te fue la mano, che. Con gente como vos Bill Gates se hubiera muerto de hambre. Y ahora, con lo canoso y panzón que estás no creo que vayas a cambiar el discurso. Además, siempre te gustó jugarla de solitario, ¡las veces que hemos ido a buscarte y tu vieja te cubría y nos decía que no estabas cuando de afuera se escuchaba el saxo desde tu pieza! Cuántas cosas te perdiste, querido. ¿Notaste mucho cambio en el país?.... Viste cómo cambió... Ahora te cuento lo del gordo. No lo podes creer, ¿no? A mí me costó mucho.

Tranquilo, no seas ansioso, quédate sentado que ahora te cuento cómo fueron las cosas. No sabés, no te das una idea cómo cambió todo. De aquellos tres pendejos que juraron amistad eterna con ese pacto asqueroso de saliva, solo queda el recuerdo. Y Bueno, así son las cosas, así es la vida, supongo.

Pongo el agua y te cuento. Tenemos unos cuantos días para ponernos al día. Si, es cierto, esa frase es de mina, no hay necesidad de ponerse al día. ¿A quién le importa?... Jaja tenés razón, esto no es un noticiero. Bueno, quiero decir que vamos a tener unos cuantos días para pasarla bien…

Ya te di el gusto en la primera tanda, ahora los voy a hacer amargos, como debe ser.  

¿Vos te fuiste en el dos mil cuatro, no? Ah, en el dos mil tres. Bueno, en el dos mil cuatro empezamos a trabajar juntos. Ya estaba todo bastante complicado, yo tenía ganas de irme a la mierda cuando justo le ofrecieron al gordo agarrar la dirección. Yo le dije que no se le ocurriera, que le explotaría la bomba en la mano, pero viste cómo es él. Y digo cómo es, en presente, porque es el mismo de siempre.... Sí, cambió, pero es el mismo, dejame que te cuente. Siempre intentando manejar todo, gastando una energía descomunal para convencer a quien sea de lo que fuera. Como con el pacto de saliva ¿te acordas? Vino un día con esa idea ridícula que había visto en una película. A nosotros nos daba un asco terrible y le dijimos que no era necesario hacer estupideces para reafirmar algo que tampoco era necesario. Nosotros éramos más relajados, decíamos que la amistad debía fluir, tenía que ser natural, y que si debíamos hacer rituales o cualquier tipo de condicionamiento es porque algo andaría mal. Él, en cambio, tenía la necesidad de plasmar todo en una especie de contrato para darle entidad. Al final se salió con la suya, como siempre. Terminábamos haciendo su voluntad más por fiaca a sostener el no, que por convencimiento.

¿Te acordás cuando nos llevó a esa secta de entusiastas dispuestos a cambiar el mundo con la única herramienta de la sonrisa y de divulgar boca a boca cuán felices éramos? Creían que la felicidad se contagia como una gripe… No, no quieras salvarte. Vos también fuiste, fuimos los dos. Hay que reconocerle que siempre tuvo ese espíritu inquieto. Cuando le sacabamos los muertos del placard él nos retrucaba; a vos te decía que eras tan inútil que sólo te quedaba jugarla de hippie vago y exótico por elegir el saxo, y a mí me acusaba de hacerme el intelectual y no ser capaz de mover un dedo por nadie…. Si, lo decía en joda para chicanearnos, pero lo decía.

¿En dónde estaba? Ah sí, en el dos mil cuatro. Yo le dije que ni se le ocurriera agarrar esa papa caliente y que no contara conmigo, que yo estaba a punto de renunciar. En el consultorio me estaba yendo bien y tenía otras propuestas de trabajo. Pero el tipo se las ingenió. Una noche me pasó a buscar sin avisar y fuimos a cenar. Tenía todo armado. Me engatuzó emocionalmente. Sacaba de la galera una anécdota tras otra para demostrarme que esa amistad debía estar al servicio de algo mayor y que no lo dejara en banda, que con su capacidad de gestión y mi supuesta inteligencia para hacer lecturas de situación íbamos a sacarlo adelante. Ya estábamos medio borrachos cuando empezó a nombrar la vida; que la vida nos había dado esa oportunidad, que era un regalo de la vida poder trabajar juntos, que la vida nos estaba probando para ver si tantas charlas de sobremesa servirían para algo…

Otra vez lo seguí en su locura y empezamos a trabajar juntos.

Casi un año estuvimos trabajando juntos. Nos turnábamos para poner el auto y viajábamos todos los días juntos. En los primeros meses la cosa mejoró un poco, supongo que el cambio de aire en la dirección había venido bien y el clima laboral había mejorado mucho. Pero al poco tiempo todo había vuelto a la normalidad. Los sueldos seguían siendo una miseria, no nos mandaban los recursos que necesitábamos, y organizar las guardias era apelar a la buena voluntad de cada uno. Más de una vez iba él mismo iba a cubrir los fines de semana, ¡a vos te parece inmolarse de esa forma!. ¡Hasta nos cortaron el teléfono por falta de pago! ¿Te imaginás lo que es estar solo en una guardia un fin de semana, sin teléfono, a merced de que a cualquier paciente se le ocurriera psicotizarse o simplemente que se fracturara jugando a la pelota, o que le agarrara un pico de fiebre, o que seas vos el que delirara de temperatura?  ¿Qué hacés? ¿te vas al hospital y dejas a todos los pacientes a cargo del lugar? Era todo un desastre, el lugar se caía a pedazos literalmente y todos, pacientes y profesionales, corríamos el riesgo de que se nos cayera una viga en la cabeza.


Dale, andá que de paso yo cambio la yerba… La tercer puerta a la izquierda, y no te olvides de tirar la cadena....


Si querés saber cómo termina la historia date una vuelta el jueves a la mañana que ya estará cargada la segunda parte