Espero
que no me haya visto. Yo por las dudas me metí y cerré con llave. Tengo ganas
de contarle a mi papá pero si lo despierto de la siesta me mata. Mi mamá está
mirando la tele en el living, se queda ahí hasta que baje el sol, dice, y
después sale al patio a tomar mate. A ella tampoco le puedo contar porque se
daría cuenta de que no le hice caso, que me levanté y que quise ir a la pileta de Juani. Él tiene
suerte, no lo obligan como a mí, él puede estar metido a las tres de la tarde
sin que sus papás le digan que el sol le va a hacer mal.
La
verdad es que me dio un poco de miedo, por eso me metí rápido. Pero también me
gustó verlo, ahora sé quién es y es tal cual como me lo imaginé, o como me lo
contó mi papá. Él también lo vio cuando era chico.Una vez se escapó sin que la
abuela se diera cuenta y se fue corriendo hasta la vuelta de su casa donde
siempre se juntaban sus amigos del barrio a jugar a la pelota. Estaba contento
porque había logrado salirse con la suya pero cuando apenas dobló la esquina se
quedó duro, sin poder creer lo que estaba viendo. Entonces pegó la vuelta y se
volvió corriendo más fuerte. Le pasó lo mismo que a mí: se metió a la casa y no
se fue a su cama, sino que se quedó atrás de la ventana esperando que el viejo
pase y poder verlo de nuevo.
Corro
la cortina un poquito, nada más. Lo que no sé es si puede entrar a tu casa o si
sólo te agarra cuando estás en la calle. Hasta ahora lo que mi papá me dijo es
que te agarra, te mete en la bolsa y te lleva si no dormís la siesta y estás jugando
afuera, pero no me aclaró qué pasa si estoy despierto pero adentro de mi casa.
Si
el viejo venía caminando para acá ya tendría que haber pasado. Pero no sé,
recién estaba parado en la esquina, mirando adentro de ese tarro grande donde se
ponen las bolsas de la basura, tenía una bolsa vacía en una mano y movía la
otra adentro del tarro, como si estuviera buscando algún nene para llevarse. Es
raro, nunca vi un chico metido ahí adentro. La barba la tenía hasta el pecho y
era distinta a la barba de mi papá. La del viejo estaba llena de rulos, parecía
los alambrecitos con los que mi mamá lava las ollas. La espalda estaba
hinchada, como si debajo de esa camisa blanca pero sucia llevara una mochila.
Tenía un pantalón medio roto y andaba en patas.
Me
pregunto dónde vivirá, supongo que si anda por acá debe vivir cerca. Capaz vive
en esa casa que está al lado del almacén, la que nunca tiene luz, la que le
faltan las ventanas y tiene el pasto más alto que yo.
Abro
la puerta de a poquito y me asomo. Justo lo veo irse para el otro lado y me dan
ganas de seguirlo. Me voy escondiendo atrás de los árboles para que no me vea,
quiero ver cómo agarra a los chicos, qué hace, adónde los lleva. El viejo
camina unos pasos y se para, mira adentro de la bolsa que es tan grande que le
llega al suelo y sigue caminando unos pasos más. No va derecho, se mueve de un
lado a otro, como si estuviera amagándole a alguien. Ahora se apoya en la pared
y se mira los pies, parece que está jugando a las escondidas y le tocó contar.
Saca de la bolsa una caja y toma un trago. Sigue caminado y se aleja un poco
más, yo no quiero salir de atrás de este árbol porque el próximo está en la
otra cuadra y seguro que se va a dar vuelta y me va a ver. Así que espero que
se aleje bastante para salir y correr hasta el próximo escondite. Cuando vuelvo
a estar más cerca veo que camina más agachado, como si estuviera buscando una
moneda en el piso. Frena en cada uno de los tachos de basura y busca algo. Las
piernas se volvieron más finitas y están cambiando de color, se están oscureciendo.
A la vez su cuerpo se hizo más chico, como cuando ves a alguien de lejos.
Quisiera acercarme más y ponerme al lado para ver si de verdad está más petiso
o si me parece a mí.
Además,
camina cada vez más agachado y con la cabeza tan hacia adelante que tiene que
apoyar las manos en el suelo para no caerse, como cuando jugamos al puentecito
en la escuela. Las manos también se le hacen más finitas y más negras. Todo su
cuerpo va contagiándose de ese color. Debe ser que este sol quema tanto como
cuando a mamá se le olvidan las tostadas en el horno. Cada cuadra que caminamos
se va achicando más y las patitas y bracitos se afinan tanto que parecen
hilitos sin fuerzas. Como le está costando mucho avanzar hace crecer de las
costillas otras patitas y otro bracitos que le ayudan a andar más rápido.
Ahora
se hizo tan chiquito que si tiene la barba no alcanzo a verla y los tachos
quedaron tan altos que tiene que treparlos para ver que hay adentro. Ya no
podría agarrar a los chicos porque al lado de él resultarían gigantes.
Después
de tres cuadras más me tengo que acercar un montón para poder verlo. Entonces
voy avanzando sin tanto cuidado de ser visto porque ya no tengo miedo. En el
siguiente tacho donde están las bolsas de basura el viejo
trepa por afuera y se zambulle adentro. Espero un ratito afuera pero el viejo
no sale, entonces me asomo y ya no lo veo. Lo perdí de vista. Sólo hay bolsas
de basura con olor a yerba mojada y a cáscara de banana.
¡Impresionante! ¡Me encanta cómo usás la extrañificación! Y el final, ¡maravilloso!
ResponderEliminarGracias, Luciana!
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