Desde
el día en que Daniel robó “Las aventuras de Tom Sawyer”, se le despertó el
instinto. Al menos eso dijo la primera vez que vino al taller. Supuse que se
refería al instinto por robar, pero aclaró en seguida que se refería al
instinto por escribir. Después logró conseguir por la misma vía “Las aventuras
de Sherlock Holmes” y advirtió que le excitaba tanto esas historias como el
momento en que se las afanaba mientras disuadía al librero preguntando por
títulos que nada tenían que ver con un pibe de doce años.
Era
un muchacho dedicado, voluntarioso y predispuesto, pero con poco talento. Carecía
de chispa creativa, de ese vuelo necesario de la imaginación para tallar desde
ahí un estilo narrativo.Traía hojas enteras de borradores, manuscritos
inconclusos e incoherentes que intentaban contar historias donde los
protagonistas eran siempre delincuentes, estafadores, malandras de toda calaña.
Sus ejercicios parecían trabajos vomitados. Respondían más a un impulso por
plasmar oraciones en el papel en forma indiscriminada, que al resultado de un
proceso de asimilación de recursos narrativos al servicio de un argumento.
Un día uno de sus compañeros compartió un cuento muy logrado sobre un
asesino en serie, un cuento que hoy definiríamos como género negro. Después de
mis felicitaciones Daniel lo acusó de que seguramente había plagiado el relato
y que era un tramposo. Se envalentonó con los insultos e intentó pegarle. Siempre
me había llamado la atención lo grandote y macizo que era para su edad, pero
cuando tuvimos que agarrarlo entre tres para frenarlo sentí que tenía un monstruo
adentro difícil de amansar y que podía explotar en cualquier momento si no le
agradaba alguna de mis correcciones, o si se sentía inferior a alguno de sus
compañeros, como en ese momento. Tomaba todos los ejercicios propuestos como
una nueva competencia donde debía superar al resto en la supuesta escala de mis
preferencias.
Hoy
recuerdo, después de reconocer su aspecto, que en uno de los últimos encuentros
de aquel año trabajamos particularmente sobre una de sus producciones que (como
la mayoría de sus trabajos) carecía de argumentos. Desarrollé la idea de la
memoria emotiva y marqué (como hago habitualmente) la importancia de hurgar en
las propias experiencias para construir nuevas historias. Mirar nuestra
realidad cotidiana y tomarla como una usina de la cual podemos encontrar
experiencias dignas de ser contadas, es también un aprendizaje.
Me
extrañó mucho que después del primer año de taller no haya regresado al año
siguiente porque como ya les conté, aunque no tenía los ingredientes necesario
para forjar un estilo propio y trascender como escritor, era laborioso,
entusiasta y nunca faltaba a las clases. Otro de mis alumnos del taller había
sido compañero del colegio y comentó que en los dos meses que llevaban de clases
no había asistido nunca.
Intenté
comunicarme con la familia pero el teléfono que tenía en su ficha estaba fuera de
servicio. Le pedí a Rafael, su compañero, que por favor averiguara si los directivos
del colegio sabían algo. A la semana siguiente me dijo que se habían ido a
vivir a Barcelona por el trabajo de su padre. Nunca supe a qué se dedicaba pero
el dato me dejó tranquilo, seguramente aquella mudanza repentina resultaba una
mejora familiar.
Pasaron
treinta y pico de años. Hoy dejé de dar talleres y me dedico a reseñar libros,
a leer los portales digitales, y a jugar con mis nietos a descubrir figuras en
las nubes. Per esta mañana volví a aquellos años cuando me topé, por
casualidad, con Daniel Álvarez, apodado ahora Daniel Rojo, que me apuntaba sin piedad mediante la pantalla de la notebook. Entonces entendí que la voluntad y el
entusiasmo son motores suficientes para lograr casi cualquier cosa y que Daniel
seguiría insistiendo en ser escritor, oficio que le excitaba tanto como robarle
a los libreros.
"Mirar nuestra realidad cotidiana y tomarla como una usina de la cual podemos encontrar experiencias dignas de ser contadas, es también un aprendizaje. " muy buena construcción Marquitos, y cautivante la idea, solo que muy poca gente es capaz de poner en marcha la usina propia, porque no es capaz de ver su propia vida como una sucesión impresionante de experiencias enriquecedoras....Me encantó el cuento! Lilian:
ResponderEliminarGracias Lilian! No deja de ser un desafio extraordinario, no? Al menos tenerlo como un horizonte, no necesariamente para escribir, si no para sentir, por ejemplo, que vivimos dentro del cuento de alguien
ResponderEliminarGracias Lilian! No deja de ser un desafio extraordinario, no? Al menos tenerlo como un horizonte, no necesariamente para escribir, si no para sentir, por ejemplo, que vivimos dentro del cuento de alguien
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