lunes, 21 de septiembre de 2015

Tu eterna primavera


Fue en esa hora del día donde el sol cae de repente y las luces de las calles todavía no se prenden, en ese momento de la tarde donde las personas se convierten en sombras. Ustedes estaban muy borrachos, como casi todos, ese día. Tal vez nadie recuerde que fuiste vos quien advirtió que el pibe del otro colegio se estaba robando una bandera con tus colores. Pero vos sí te acordás, y con eso es suficiente. Salieron todos corriendo, inclusive vos, a defender el orgullo. Te sentiste importante, estoy seguro. Esos pibes compañeros tuyos encontraban en tu estatura y en tu dificultad para hablar los motivos perfectos para divertirse a costa tuya, y vos no sabías que hacer para revertir la situación. Los odiabas, lo sé. Una vez me lo contaste cuando volvíamos de práctica. Pero también querías estar con ellos, ser parte, aunque a un costo muy alto porque vos no eras como ellos, no eras así, sólo querías formar parte para dejar de ser el blanco y que apuntaran hacia otro lado.

Habíamos estado charlando tres días antes, ¿te acordás? Viniste a casa después de práctica, querías que te muestre la pirotecnia que habíamos comprado. Quedaste enloquecido, me contaste que ustedes se juntaban en tu quinta y que estabas feliz. Te había costado mucho conseguir el permiso de tus padres pero querías hacerlo. Pensabas que poner la quinta en el día de la primavera cambiaría las cosas con tus compañeros y serías aceptado de una vez por todas. Y así fue, todo cambió para vos, tus primaveras cambiaron. Tu viejo se encargaría de la parrilla y a la noche, como frutilla del postre, iría la banda de cumbia que todos los colegios pretendían. Y todo gracias a una gestión tuya con tu tío, que conocía al representante de la banda.

Admiraba de vos el empeño que le ponías a las cosas, incluso cuando todo te resultaba tan adverso. Muchas veces te sugerí que te cambiaras de colegio, que te pasaras conmigo, que estaría bueno ser compañeros y que mi curso era muy unido. Pero vos no querías, tus energías estaban en otra batalla, considerabas que todo era demasiado injusto y querías revertir la situación, ganarte la estima de ellos. Vos no tenías la culpa de ser petiso y mucho menos de tu tartamudez.

Ese día te fuiste en la bici y me gritaste desde la esquina, mientras reías, que el 21 lo copaban ustedes. Yo te hice un fuck you y cerré la puerta.

Imagino que ese 21 se habrían juntado desde la mañana en alguna plaza de la ciudad, que habrían ensayado con los bombos las letras de los cantitos que entonarían hasta el hartazgo y que allí habrían empezado a tomar, que después caminarían hasta tu quinta y lo de siempre, armarían el cementerio de botellas y todo ese autobombo por lo bebido. Lo cierto es que para la tardecita ya estaban todos bastante borrachos. El pibe de la bandera también, es cierto. Qué linda es la borrachera, a veces. Uno deja de medir los riesgos, la vida se convierte en un presente absoluto en el cual existe un abismo entre el ahora y diez minutos después. Entonces no hay alarmas del peligro, no hay futuro incierto. Uno es inmortal. Después lo otro, la desinhibición con la mujeres, el maquillaje de la autoestima y esas cosas menores.

En seguida pusiste el grito en el cielo cuando viste que aquel pibe del otro colegio estaba robando la bandera con tus colores que flameaba en la esquina, atada al poste luz para señalizar tu quinta. El pibe terminó de desatarla, se bajó de un salto y empezó a correr. Pero no pudo escaparse. Martín, el más rápido de los tuyos, logró entrelazarle una pierna con otra para que cayera y después, ya en el piso, llegaron los otros y empezaron a patearlo. La bandera había quedado a unos metros pero nadie se fijó en ella, todos se turnaban para escupirlo, patearlo y hacerle golpear la cara contra el cemento. El pibe estuvo boca abajo aguantando los embates en su espalda y en el estómago. De tantos golpes se fue encogiendo hasta quedar en posición fetal. Federico y Esteban, los más sanguinarios, le pateaban la cara y le gritaban que no fuera puto, que se levantara. El resto no llegaba a tanto y se conformaba con patearle el lomo.

Vos llegaste en el medio del tumulto, seis o siete de tus amigos rodeaban al pibe y vos no podías verlo. ¡Déjenme un poco a mí!, gritaste y aprovechaste el envión con el que venías y el hueco que te hicieron para darle un puntapié en el estómago y así cumplir con el bautismo de fuego y ser parte de ellos, como querías. Fue después de la patada que te diste cuenta que el pibe ensangrentado era yo. Lo noté en tus ojos, cuando hice el último intento por defenderme y alcé la cabeza. Tu cara estaba desencajada, entre la borrachera que llevabas y la sorpresa de verme tenías un gesto desfigurado. Me imagino lo que tus ojos vieron, si hablamos de rostro desfigurado. Enmudeciste, no tuviste el coraje de decir nada. Tu mutismo te acompaña hasta hoy, lo sé. Te aterra la idea de contarle a tu hijo lo sucedido. 

Hemorragia interna, dice el certificado de defunción que todavía conserva mi mamá. El caso fue diluyéndose de a poco, como pasa con todas las cosas. Todo quedó en la nada. Versiones distintas en cada declaración y algunos vínculos en el poder fueron suficientes para embarrar la causa y que todo fuera encaminándose al olvido.

Los meses que le siguieron a ese 21 de septiembre te resultaron muy difíciles, tuviste problemas con las autoridades de colegio y al año siguiente te cambiarías de escuela. Ese cambio de aire te vino bien, dejaste de verme en el rostro de tus compañeros y rápidamente te adaptaste al nuevo grupo. Pasaste ese 21 de septiembre con tus nuevos compañeros y hasta te fuiste a Bariloche con ellos. 

Ya pasaron veintiocho años de aquel día (al menos para el resto, porque para vos no ha pasado ni un segundo). Te casaste y tuviste un hijo varón que ahora es adolescente y que en cada primavera canta que esos colores son una pasión. Recuerdo que algunas veces fantaseábamos con el futuro, con ser padres y que nuestros hijos fueran amigos. Vos te enojás, lo retás y le decís que no cante esa idiotez. Él te mira extrañado, a veces te enfrenta y te pregunta por qué, y te acusa de ser viejo y de no entender nada, te dice que seguramente en tu época ni siquiera festejaban la primavera.  Vos te quedás callado, claro, ¿qué le vas a decir? 


     

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