Fue
en esa hora del día donde el sol cae de repente y las luces de las calles
todavía no se prenden, en ese momento de la tarde donde las personas se
convierten en sombras. Ustedes estaban muy borrachos, como casi todos, ese día.
Tal vez nadie recuerde que fuiste vos quien advirtió que el pibe del otro
colegio se estaba robando una bandera con tus colores. Pero vos sí te acordás,
y con eso es suficiente. Salieron todos corriendo, inclusive vos, a defender el
orgullo. Te sentiste importante, estoy seguro. Esos pibes compañeros tuyos
encontraban en tu estatura y en tu dificultad para hablar los motivos perfectos
para divertirse a costa tuya, y vos no sabías que hacer para revertir la
situación. Los odiabas, lo sé. Una vez me lo contaste cuando volvíamos de
práctica. Pero también querías estar con ellos, ser parte, aunque a un costo
muy alto porque vos no eras como ellos, no eras así, sólo querías formar parte
para dejar de ser el blanco y que apuntaran hacia otro lado.
Habíamos
estado charlando tres días antes, ¿te acordás? Viniste a casa después de
práctica, querías que te muestre la pirotecnia que habíamos comprado. Quedaste
enloquecido, me contaste que ustedes se juntaban en tu quinta y que estabas
feliz. Te había costado mucho conseguir el permiso de tus padres pero querías
hacerlo. Pensabas que poner la quinta en el día de la primavera cambiaría las
cosas con tus compañeros y serías aceptado de una vez por todas. Y así fue,
todo cambió para vos, tus primaveras cambiaron. Tu viejo se encargaría de la
parrilla y a la noche, como frutilla del postre, iría la banda de cumbia que
todos los colegios pretendían. Y todo gracias a una gestión tuya con tu tío,
que conocía al representante de la banda.
Admiraba
de vos el empeño que le ponías a las cosas, incluso cuando todo te resultaba
tan adverso. Muchas veces te sugerí que te cambiaras de colegio, que te pasaras
conmigo, que estaría bueno ser compañeros y que mi curso era muy unido. Pero
vos no querías, tus energías estaban en otra batalla, considerabas que todo era
demasiado injusto y querías revertir la situación, ganarte la estima de ellos.
Vos no tenías la culpa de ser petiso y mucho menos de tu tartamudez.
Ese
día te fuiste en la bici y me gritaste desde la esquina, mientras reías, que el
21 lo copaban ustedes. Yo te hice un fuck you y cerré la puerta.
Imagino
que ese 21 se habrían juntado desde la mañana en alguna plaza de la ciudad, que
habrían ensayado con los bombos las letras de los cantitos que entonarían hasta
el hartazgo y que allí habrían empezado a tomar, que después caminarían hasta
tu quinta y lo de siempre, armarían el cementerio de botellas y todo ese
autobombo por lo bebido. Lo cierto es que para la tardecita ya estaban todos bastante
borrachos. El pibe de la bandera también, es cierto. Qué linda es la
borrachera, a veces. Uno deja de medir los riesgos, la vida se convierte en un
presente absoluto en el cual existe un abismo entre el ahora y diez minutos
después. Entonces no hay alarmas del peligro, no hay futuro incierto. Uno es
inmortal. Después lo otro, la desinhibición con la mujeres, el maquillaje de la
autoestima y esas cosas menores.
En
seguida pusiste el grito en el cielo cuando viste que aquel pibe del otro
colegio estaba robando la bandera con tus colores que flameaba en la esquina, atada
al poste luz para señalizar tu quinta. El pibe terminó de desatarla, se bajó de
un salto y empezó a correr. Pero no pudo escaparse. Martín, el más rápido de
los tuyos, logró entrelazarle una pierna con otra para que cayera y después, ya
en el piso, llegaron los otros y empezaron a patearlo. La bandera había quedado
a unos metros pero nadie se fijó en ella, todos se turnaban para escupirlo,
patearlo y hacerle golpear la cara contra el cemento. El pibe estuvo boca abajo
aguantando los embates en su espalda y en el estómago. De tantos golpes se fue encogiendo
hasta quedar en posición fetal. Federico y Esteban, los más sanguinarios, le
pateaban la cara y le gritaban que no fuera puto, que se levantara. El resto no
llegaba a tanto y se conformaba con patearle el lomo.
Vos
llegaste en el medio del tumulto, seis o siete de tus amigos rodeaban al pibe y
vos no podías verlo. ¡Déjenme un poco a mí!, gritaste y aprovechaste el envión
con el que venías y el hueco que te hicieron para darle un puntapié en el
estómago y así cumplir con el bautismo de fuego y ser parte de ellos, como
querías. Fue después de la patada que te diste cuenta que el pibe ensangrentado
era yo. Lo noté en tus ojos, cuando hice el último intento por defenderme y
alcé la cabeza. Tu cara estaba desencajada, entre la borrachera que llevabas y
la sorpresa de verme tenías un gesto desfigurado. Me imagino lo que tus ojos
vieron, si hablamos de rostro desfigurado. Enmudeciste, no tuviste el coraje de
decir nada. Tu mutismo te acompaña hasta hoy, lo sé. Te aterra la idea de
contarle a tu hijo lo sucedido.
Hemorragia
interna, dice el certificado de defunción que todavía conserva mi mamá. El caso
fue diluyéndose de a poco, como pasa con todas las cosas. Todo quedó en la
nada. Versiones distintas en cada declaración y algunos vínculos en el poder
fueron suficientes para embarrar la causa y que todo fuera encaminándose al
olvido.
Los
meses que le siguieron a ese 21 de septiembre te resultaron muy difíciles,
tuviste problemas con las autoridades de colegio y al año siguiente te cambiarías
de escuela. Ese cambio de aire te vino bien, dejaste de verme en el rostro de
tus compañeros y rápidamente te adaptaste al nuevo grupo. Pasaste ese 21 de
septiembre con tus nuevos compañeros y hasta te fuiste a Bariloche con
ellos.
Ya
pasaron veintiocho años de aquel día
(al
menos para el resto, porque para vos no ha pasado ni un segundo). Te casaste y
tuviste un hijo varón que ahora es adolescente y que en cada primavera canta
que esos colores son una pasión. Recuerdo que algunas veces fantaseábamos con
el futuro, con ser padres y que nuestros hijos fueran amigos. Vos te enojás, lo
retás y le decís que no cante esa idiotez. Él te mira extrañado, a veces te
enfrenta y te pregunta por qué, y te acusa de ser viejo y de no entender nada,
te dice que seguramente en tu época ni siquiera festejaban la primavera. Vos te quedás callado, claro, ¿qué le vas a
decir?
¡Uf! ¡Tremendo! ¡Me encantó!
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