Quedate
quieto, Tomás. Vení, sentate acá. El chico sigue jugando al básquet sin pelota.
Practica movimientos de bandeja, pivotea y levanta los brazos protegiendo un balón
imaginario. Yo hacía lo mismo cuando tenía su edad. Pareces mogólico, me decía
mi vieja.
Ahí
mismo, a dos metros de la caja cinco del sector de créditos, donde el chico
simula tirar al aro, era mi lugar preferido donde no erraba nunca. Si habré
hecho triples desde ahí. Sobre todo el día que hice treinta y cinco puntos contra
Estudiantes. La metía de todos lados, estaba inspiradísimo. Los mellizos
Pazzaro no lo podían creer, se estaban comiendo el baile de sus vidas. Creo que
fue una de las pocas veces que mi viejo había venido a verme. Cuando no venía
me sentía un poco huérfano, y cuando se hacía presente me sentía observado y me
inhibía. Pero ese día fue la excepción; ¿Cómo jugué, papá? Y él, fiel a su
estilo, contestó a medias y me dijo que había escuchado a dos padres hablar de
mí. ¡Cómo juega el base! Fue la frase que escuchó mi viejo. ¿Y vos qué hiciste?
¿Les dijiste que eras mi papá? No, yo me quedé en silencio, quería escuchar qué
más decían.
Hubiese
querido que lo hiciera, que dijera el base es mi hijo, así como mi abuelo
hubiese querido que lo nombrara el día que fuimos a la tele y el conductor nos
preguntó quiénes eran nuestros ídolos y
yo dije Marcelo Milanesio. ¿Milanesio? Me dijo mi abuelo cuando vio la nota.
¿Milanesio te enseñó a jugar? ¿Milanesio te armó el aro de básquet en la quinta
para que practicaras? ¿Milanesio jugó con los Globetrotters? No, claro que no.
Todo eso lo había hecho mi abuelo y yo no lo había reconocido.
Sobre
ese mismo aro que daba a la entrada del club, que imagino a la altura del aire
acondicionado, también aprendí lo que significa quedar en ridículo y desear que
te trague la tierra cuando agarré el rebote de un tiro libre y, movido por la
tentación, la emboqué con tablero. Pero claro, era un rebote defensivo, y el doble
fue en contra. ¿Sabrá este pibe que acá había una cancha de básquet? Tito se rascaba
la barba, como cada vez que algo le preocupaba.Pensé que me sacaba y que no me
pondría más en todo el campeonato. Tito, rascándose la barba, fue lo primero
que vi el día del final. Lo veía desde la esquina, estaba en la vereda junto a
algunos de mis compañeros y otros adultos que yo no conocía. Ese día no
tendríamos práctica. Ni ese día, ni nunca más. Esta esquina ya no le pertenecía
al club Ateneo, había sido vendida y nadie le había informado ni a Tito ni a
las familias de quienes practicábamos básquet.
Yo
jugué un tiempo más, creo que estuve un año en el club Mercedes y otros dos o
tres en Estudiantes. Pero ya no fue lo mismo, yo no pertenecía a esas otras
familias y los mellizos Pazzaro (esos
dos rubiecitos que no se separaban ni para ir al baño) me lo hacían saber
cuando me preguntaban qué había pasado con Ateneo, por qué se cerró de la noche
a la mañana y todas esas preguntas que sólo marcaban distancia. Y yo sentía que
había ido a pedir la escupidera, como ahora, esperando mi turno para pedir
plata. Dolina dijo alguna vez que en el pan y queso de un partido de fútbol
siempre elige a sus amigos, aunque no sean los mejores, porque prefiere perder
con los suyos que ganar con extraños. Y el básquet, para mí, era ese galpón,
esa camiseta celeste, esos compañeros y no otros, era Tito rascándose la barba,
era quedarme en el club después de los partidos para ver las otras categorías
donde jugaban mis hermanos. Sin todo eso el básquet era solo un deporte.
¿Alguien le habrá contado a este chico que practica sin pelota que en los
ochenta existía un club que se llamaba Ateneo de la Juventud?
La
confitería que pusieron en esta esquina estaba muy bien ambientada y era de lo
mejorcito de Mercedes, hay que decirlo. Aunque también debo admitir que nunca
consumí nada en ese local y que lograba disuadir a mis amigos de la secundaria
que quisieran ir allí. Lo sentía como una pequeña (y estúpida) venganza
personal. Por eso, el día que pasé por la vereda de enfrente y lo vi a Tito con
su familia en una de las mesas de la vereda, pensé que era un traidor y lo
saludé de lejos, sin cruzar. Yo no les dejaría nunca ni un centavo a esos tipos
que se cagaron en el club y en nosotros (y pensar que ahora vengo a pedir una
deuda). Era adolescente y estaba acostumbrado a echar las culpas afuera.
Unos
años después cerró la confitería y abrió este banco. Mercedes había cambiado,
ya había por entonces más bancos que clubes.
La
madre del chico saca papeles de la cartera y la empleada anota todo en la
computadora, parece que no le resultará sencillo conseguir el crédito. El nene
se cansó de moverse y ahora la espera sentado a mi lado mirando videos de
básquet por el celular. ¿Tendrá algún padre, tío, o abuelo que le haya contado
algo de la historia del básquet mercedino? El pibe me mira y me descubre
observándolo.
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Veo que te gusta el básquet, campeón....
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